Andrés Cisneros de la Cruz |
Cántico
abismal del caminante
Ninguno de los tramos
que he pisado en esta
tierra, me pertenece.
Yo solo estoy de
paso.
Construir el pasaje
de lo eterno,
codician
los opresores.
Pero el más alto
castillo —sea de hierro o palabra—
es
un terrón de arena.
Yo, esta nota,
fuera de un
pentagrama,
es
lo que busco dejar
igual a una pista,
que
en medio de la selva,
descubre a un
extraviado
su
propio laberinto:
esa casa que será
sólida
si logra interpretar
la sinfonía
abismal de su ser.
Manteniéndose
inmóviles, algunos prefieren,
esperar
la pesca. Ser un ancla
—redonda—
enorme.
Yo prefiero caminar,
no se me confunda con
un transeúnte,
las
sendas ya armadas, no me atraen,
porque todos los
caminos —dicen—
llevan al mismo
destino.
Tengo claro que nada
nos pertenece,
como tampoco el río
de la historia a los tiranos.
A
veces fácil olvidan unos
que el origen es el
párpado que cubre
la ruta infinita
hacia la madre de
todas las cosas.
Por
eso cuando retorno sobre mis plantas, intento
volver
distinto, y no confundir el origen,
para
que ninguno de los tramos
que
me concede la tierra, me pertenezca,
y
reconocer así
—que
al igual que los muertos—
yo
solo estoy de paso siempre.