José Francisco Conde |
Faja de Oro
La misa de siete los domingos,
el futbol, el fijo itinerario
por calles sabidas de memoria;
un cigarro oculto entre los dedos.
Y la esquina, el poste que señala
la falda, los pasos de una joven
que en su pecho adolescente lleva
la voraz mirada quinceañera.
Las eternas tardes del verano
—pues nunca termina la semana—
incendian los pasos escolares,
la ciega ventana oscurecida.
El sábado hay fiesta en la colonia:
frescos labios, peces en los ojos,
sale la muchacha por mis calles.
Los amigos silban una seña:
la tarde florece en la esperanza
del nervioso tacto de las manos
y del beso rápido en la esquina.
Después la victoria celebrada
entre amigos; bromas, cosquilleos.
Y el remordimiento del domingo
(en la misa de siete —junto a ella)
porque sé que el vicio solitario
es terror, pecado: penitencia.