Mar Ruíz |
I
Ayer me levanté con
versos en la comisura de los labios
busqué la realidad de la ciudad
desnuda,
niño que llora por la leyenda urbana del profeta
abandonado en la memoria de lo cotidiano.
Me vestí de cicatrices grabadas en la madrugada
busqué en el cajón izquierdo de mi pecho
las tres letras de mi nombre,
el silencio atrapó los sentidos,
salí con piel transparente
y sed incontenible debajo de la lengua.
Los pies danzaban en la neblina del silencio,
cadáver del cielo que cruza la divinidad del mundo,
abandono en la presencia del camino,
la respiración de los habitantes se detuvo,
sola por las esquinas de los recuerdo,
la bravura de mis ojos lee la memoria de los muertos,
reflejo de gritos de un tiempo enterrado,
sus palabras guardan el eco de la sangre
las manos recobran la inocencia de la infancia.
La muerte es un juego inocente en estas calles…
niño que llora por la leyenda urbana del profeta
abandonado en la memoria de lo cotidiano.
Me vestí de cicatrices grabadas en la madrugada
busqué en el cajón izquierdo de mi pecho
las tres letras de mi nombre,
el silencio atrapó los sentidos,
salí con piel transparente
y sed incontenible debajo de la lengua.
Los pies danzaban en la neblina del silencio,
cadáver del cielo que cruza la divinidad del mundo,
abandono en la presencia del camino,
la respiración de los habitantes se detuvo,
sola por las esquinas de los recuerdo,
la bravura de mis ojos lee la memoria de los muertos,
reflejo de gritos de un tiempo enterrado,
sus palabras guardan el eco de la sangre
las manos recobran la inocencia de la infancia.
La muerte es un juego inocente en estas calles…