jueves, 22 de septiembre de 2011

Mónica Gameros


Mónica Gameros


LA NIÑA MOLOTOV

“En mí, creo que se trata de un pesimismo natural;
 natural y radical.
 En el fondo,
creo que soy una de las pocas personas
que cree en la mortalidad.
Eso influye mucho.
Sé que todo va a acabar en fracaso.
 Yo mismo. Vos también”.
 JUAN CARLOS ONETTI


América, ejércitos de billetes van en camino a la guerra,
de la nada surgen a la nada vuelven;  desfilan podridos, ciegos, sordos;
sonríen con rostros prestados y mantienen en vilo el momento
en el que nos entregamos al naufragio: resignados,
conformes con la injusta verdad donde sólo somos peones,
carne de cañón, un numero al azar.

Limitan y encarrilan a los dóciles que en vano
tratan de conseguir la calma de los indignados.
Sé que carezco de claridad frente a la niebla,
tramposa cubre el paisaje y éste engaña con veredas arboladas,
valles claros, días soleados, explosiones de endorfinas.

Por más esfuerzo que haga, no logro entender las reglas del juego:
sigo sin aceptar los costos de la vida; los pagos diferidos de la miseria; 
las caídas libres en las fauces de la euforia.

Como si fueran templo, los billetes chorrean sangre sin deteriorarse bajo el enjuague,
viajan de la mano de un pobre a la de un miserable;
escapan de los dedos cautelosos que se resisten a soltarlos,
se convierten en segundos de años luz.

Será que carezco de la ansiedad por tenerlo todo
para guardarlo en el olvido.

Será que no comprendo cómo es que sigues y sigues,
sin pensar que hoy es un suspiro,
que esto se terminará cuando alguien tome nuestro sitio.

Me impacienta la fatal tendencia para aceptar la realidad próxima,
sonreír frente a los escombros, arrinconarse para soportar las mellas;
creer que no es posible, que ya todo está perdido…

Conviene harto que aceptemos sin cuestionar,
que tengamos fe en la suerte y la sensualidad;
que atesoremos lo único que no tenemos,
que ansiemos trabajar para obtenerlo,
que les paguemos por hacerlo. 

No logro entender al complejo personificando su despilfarro,
con su obscena ansiedad de comprar, con su ley de que todo tiene precio:
termina por clonar la imagen de la felicidad & la normalidad,
pero su hedor plástico permanece,
no sabe a nada, no tiene textura, no hay matices en su color,
sólo brillan como el charol.

¿Soy la única sin sentido del humor?
no entiendo el lado amable, me indigno ante lo inaceptable e inconforme
permanezco en el asombro.

¿A caso no es suficiente abuso de poder para encabronarse?
¿Para sentir el hervor de la sangre, la llaga de la angustia,
el latigazo de la empatía?

¿No es tiempo de dejar de perdonar y olvidar?

Y qué importa si no soy chilena, argelina, irakie,
cubana, venezolana, inglesa, griega.
Hoy soy la mecha prendida, la tinta vuelta transformada gasolina,
la voz sumergida en indignación.

Cómo seguir aliviada de no estar en medio del fuego cruzado,
de no permanecer bajo el chorro de químicos que intentan anegarme el grito;
de no ser detenida, torturada, desaparecida.

No importa si no eres pobre, igual temerá por la noche;
no importa que seas rubio, igual podrías ser asesinado en un campamento de verano;
no importa si eres hombre, mujer, niño,
las balas vuelan en parvada
hasta encontrarse contigo.

Es en medio de la guerra, de los cañones y las balas,
que el amor escupe vida; es entonces
que se debe escribir, cantar coplas,
beberse los labios de la amada que te anhela en la distancia,
porque si no es en medio de la guerra que se tiene que hacer poesía,
no lo será tampoco en medio de la calma:

La verdad no entiendo la paciencia;
la verdad, hoy
soy una bomba molotov.